Cruzar la puerta recibiendo una sonrisa.
Engancharse al bullicio de la barra.
Aparearse para llegar a las mesas.
Luchar por el sofá, desafiando con la mirada a sus ocupantes.
Optar por el reservado, en un vis a vis carcelario.
Amar a Borja (profundamente entre la cuarta y la quinta copa).
Desear tumbar el muro para dar pista a las listas del Spoty, siempre cuidadas, eléctricas, tan elegantes como petardas.
La magia de las sesiones de Telexketch y Starfighter.
Perderse entre los dictadores travesti que ocupan las paredes esta semana.
Los domingos, qué arte.
El cuidado infinito en las toallitas de papel al salir del baño. Ojo.
El calor que necesitabas para someterte al imperio del ventilador.
Un puto videoclip para ti sol@.
Aparecer un miércoles de mierda y ver cómo la semana mejora.
La Penúltima mejoraba nuestras vidas y eso es lo mejor que se puede decir de cualquier bar.
Sus fiestas estaban a a altura de sus míticos flyers.
Y por el amor de Dios: LA VITRINA.
Todos los santos han resucitado en esa vitrina, monumento kitsch, vórtice erótico, escaparate glam.
La Penúltima permanecerá en nuestra memoria como un espacio trabajado al detalle por un equipo que merece doscientos locales a su nombre en esta ciudad.
Cruzamos los dedos para que su apertura no se haga esperar.
Después de todo, esta sólo ha sido La Penúltima.
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